Juego tenis desde muy joven, conozco el tenis de mesa desde adentro hace mucho tiempo y pertenezco a una generación de deportistas exitosa, considerando los tiempos y características del momento. Una generación representada por jugadores tales como Jorge Gambra (quien hasta el día de hoy sigue jugando a muy buen nivel en España), Augusto Morales, Juan Salamanca, Juan Papic, José Luis Urrutia, Juan Lizana (junto a él gran época en mi etapa de juvenil) y Valentín Ramos (quien venía de la generación anterior) en varones, y por jugadoras como Lucía Galarce, (venía de la generación anterior) Rosa Andrade e Isabel Castillo, Alida Murgan, Jacqueline Díaz, Ximena Cerón, Patricia Alvares, Sofija Tepes, Silvia Morel y Berta Rodríguez en damas, que se caracterizó por tener una buena figuración a nivel sudamericano, latinoamericano y también en niveles superiores de desempeño pues varios/as de estos jugadores y jugadoras obtuvieron medallas panamericanas y lograron clasificar a Juegos Olímpicos, lo que, por distintos motivos, ha faltado en tiempos recientes.

Hablo de una generación muy competitiva conformada por deportistas formados casi en su totalidad en clubes de barrio, en un contexto mucho más amateur en donde, por medio de una disciplina sumamente rigurosa y plagada de sacrificios, aspirábamos a ser un poco más profesionales, muchas veces quizás sin pensar en un futuro con dedicación exclusiva al tenis de mesa sino tomando éste como un complemento lo que se evidencia en que fuimos muy pocos los que tomamos el tenis de mesa como una opción de vida ya sea como técnico, o como jugador profesional. En suma, hablamos de una generación marcada por el amor al deporte, por el deseo de superación y por una inmensa cantidad de historias de pasión por jugar mejor.

Estamos en un contexto, hace 30 o 40 años atrás, en que eran muy pocas las posibilidades que se tenían de tomar contacto con Europa o con Asia… Son otros tiempos en donde, por ejemplo, todo tardaba 4 o 5 meses en llegar acá, en donde Chile asistía a un campeonato mundial de forma muy ocasional (quizás una vez cada 7 o 10 años en categoría adulta), donde no existían los campeonatos mundiales juveniles ni cadetes y donde recién pudimos tener contacto con las grandes potencias solo una vez cada 2 años o 4 años a nivel olímpico después del año 1988.

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Elaborado por: Marcos Núñez – UTN Fechiteme

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